Sonora

Una lluvia especial.


Dr. Raúl Héctor Campa García. 11 de julio 2021.
El médico estaba acostumbrado, desde su época de universitario, a leer de noche.

Hábito que nunca
dejó; a pesar de su edad.

Aun jubilado de una Institución de Salud, seguía ejerciendo su profesión, aunque no
con el mismo ritmo de 10 años atrás.


Esas lecturas nocturnas, le ayudaban a conciliar el sueño en caso de insomnio, era mil veces mejor que
tomar un medicamento con efecto somnífero. Siempre antes de dormirse leía o se dormía leyendo. Sus
preocupaciones las calmaba con una buena lectura. Eso lo tranquilizaba.
Durante el día, en su oficina, que estaba adjunto de su casa, leía por ratos artículos de medicina o de
política; lo que estaba en boga.

Desde su inicio se mantenía informado de la actual pandemia del COVID19.
Lo preocupaba sobremanera, las controversias suscitadas sobre los tratamientos alternativos, con productos


milagros; totalmente fuera de la lógica científica y otros medicamentos adquiridos en farmacias con compras de
pánico para tenerlos “por si acaso”, sin importar los excesivos precios de los especuladores.

Observaba la
neurosis existente provocada por esta enfermedad en una gran parte de la población, que adquirían estos
remedios, menjurjes o pócimas, no autorizados, que incluso madrugaban haciendo filas para comprarlos a los
vendedores de “esperanzas”, como una tablita de “salvación, perdidos en el oceano” de la charlatanería, para
“prevenir el contagio o no morir por la enfermedad”.

Las autoridades de salud se hacían de la vista gorda, por
ignorancia o faltos de probidad, los reguladores oficiales de los precios brillaban por su ausencia (PROFECO).


Algunos Tés con diferentes hierbas aromáticas, no le preocupaban tanto al médico.

Decía que esos tés,
si a algunos no les servirían de nada, no hacían daño a quien los tomara; cuando menos los hidrataba, tomando
un poco más de líquidos.

Pero las otras “sustancias milagrosas” y medicinas de patente, inútiles para esta
enfermedad y más inútiles cuando se las aplican a personas sanas, recetadas por algún “iluminado”.

Le preocupaba mucho que se los indicaran a los niños.
En eso divagaba en esta noche.


Pero también, últimamente, sus achaques propios de la edad le preocupaban (se sentaba de sopetón y
se levantaba con pujidos, como si setenta años hubiera cumplido). Era otro sobreviviente de una enfermedad
cardiaca y de pasadas epidemias (cólera, dengue e Influenza). Tenía 5 meses que le habían colocado 4 Stent,
por tener semi ocluidas 2 ramas de la arteria coronaria izquierda.


Recién se sabía del riesgo de la expansión de una enfermedad que apareció en China un par de meses antes
de su intervención.

Se sentía bien, había pasado el peligro de su mal cardiaco. Pero, como a toda la humanidad,
lo acechaba un nuevo peligro: La pandemia venida de China estaba ya en su País, provocada por un virus
conocido con anterioridad, pero esta nueva cepa con mayor virulencia.


Preocupación lógica, por su familia, su esposa, sus hijos y nietos. Ya habían fallecidos médicos amigos,
conocidos, muchos pacientes y familia cercana.


Le preocupaba su hijo médico, por estar expuesto atendiendo a pacientes infectados por ese nuevo
virus; enfermedad de la que no se había encontrado realmente medicamentos para combatirla, ni se tenía una
vacuna para prevenirla.

Estaban en las últimas fases de las investigaciones, pero no se contaría con ella hasta
finales del año, posiblemente.


La prevención para evitar un posible contagio, como en toda pandemia, era quedarse en casa, sólo salir
bien protegido en caso necesario, usar cubrebocas, evitar el contacto cercano de personas, guardando cierta
distancia en lugares públicos, aseo frecuente de manos con agua y jabón, aseo diario y una sana alimentación.


Como médico, estaba consciente de todas estas medidas. Si alguien se enfermara y requería
hospitalización, cuando presentaban signos y síntomas claros de la enfermedad, en especial cuando sentían
los pacientes cierta dificultad para respirar, y que la saturación de oxigeno estuviera baja, se sometían a
protocolos de tratamiento autorizados, según las condiciones clínicas de cada paciente.


Varias situaciones le preocupaban sobremanera. Las noticias de la pandemia, la elevada tasa de casos
y la mortalidad. La curva “iba aplanándose”; así informaban las autoridades de salud y los gobiernos. Pero no
estaba domada, al contrario, iba en aumento.

Los medios de comunicación al mismo tiempo informaban, sobre las masacres inhumanas de personas
involucradas en el crimen organizado. Hechos sangrientos por todos lados, robos, secuestros, agresiones,
maltrato infantil, violaciones; violencia por doquier.

Todo esto daba constancia de que algunos humanos, no
eran humanos; son seres deshumanizados, inmisericordes.
No quería pensar en todo eso, pero difícil abstraerse. Tenía en el buró al lado de la cama, varios libros
de lectura, no se decidía a cuál leer.

Uno que estaba por terminar de leer su esposa (Ana Karenina, de León
Tolstoi), la revista Proceso y su libro de lectura en turno que empezó a leer hace pocos días (Introducción a la
Ética), libro de texto de uno de sus hijos, cuando estaba en la preparatoria. Permanecía allí un libro biográfico
que recientemente había leído, sobre la vida de Gabriel García Márquez (El viaje a la semilla, de Dasso
Saldívar).


Optó por leer un breve artículo cultural de la revista Proceso. Luego tomó el libro de ética, no lo abrió, lo
volvió a poner en el mismo lugar.

Se incorporó y se dirigió -como sonámbulo-, al librero con la idea de releer
algo relacionado con pandemias, vio: Obras selectas de Albert Camus (La Peste), de Juan Boccaccio
(Decamerón) y se acordó de un modesto libro escrito por un sonorense, Fernando Galaz : Desde el cerro de la
Campana (relatos), donde en forma jocosa narra anécdotas, una de ellas sucedidas en 1884, cuando los
habitantes de la Ciudad de Hermosillo y en todo el Estado de Sonora, se enfrentaron a una epidemia de Fiebre
Amarilla, había pocos médicos para tratar la enfermedad y los enfermos que fallecían los enterraban en una
fosa común.

Los tres ya los había leído hacía tiempo. No se decidió por ninguno
Pero recordó una anécdota que aparece en este último libro de relatos de Galaz, que había tomado para
un anecdotario como complemento de un libro escrito por él (Huellas de la Pediatría) hace 20 años, que sólo
“parodió” el título de la anécdota por una expresión ciertamente jocosa pero discriminatoria: ¡Ve el indio, quiere
saber más que el dotor! (Galaz-Fernando. Desde el cerro de la campana. Fiebre amarilla. Pag 13,14 15.
Hermosillo, Son.1960).


Se regresó a la recamara, tomó de nuevo el libro de ética que hacia un momento había dejado, sin leerlo.

Empezó a imaginar a todos los muertos por COVID19, los charcos de sangre por los crímenes, degollados y
desollados sin misericordia, sangre que, de un rojo rutilante se vuelve oscura, negra al secarse.

Pensaba en las
fosas clandestina de tantos desaparecidos, que las madres buscadoras han encontrado; abriéndoles más las
dolorosas heridas que nunca sanaran.

Tanta crueldad del hombre que se dice humano, cuanta miseria y tantos
niños maltratados en el País ¿Cómo puede ser mejor la humanidad, que es lo que nos puede salvar de todo
esto? Se preguntaba, en su estado de “vela duerme”.


Por fuera de su hogar se escucha el “chipi, chipi” del inicio de una tranquila llovizna, seguida en unos
instantes de truenos del cielo; de pronto la lluvia arrecia, con vientos huracanados.

Por las calles corren ríos de
agua espumosa; espuma que, de sucia, se va convirtiendo en limpios copos blancos, produciendo pompas
cristalinas de jabón que se dirigen al cielo, poco después de arrastrar inmundicias, suciedades; como avisando
a Dios, su misión salvífica cumplida.

Las antiguas y actuales huellas de sangre, poco a poco van
desapareciendo.

La ciudad huele a limpio. Se escucha afuera el bullicio alegre de la gente que siente ésta
refrescante lluvia jabonosa, no solo que le asea el cuerpo, sino también el alma, los enfermos de COVID y otros,
que pueden deambular, salen a bañarse, queriendo purificarse. Se sientes sanos, de cuerpo y alma.


En eso se escucha por la radio, a todo volumen, la canción de Juan Luis Guerra: “Ojalá que llueva café
en el campo, que caiga un aguacero de yuca y té, del cielo una jarina de queso blanco y al sur una
montaña de berro y miel…”
Su reloj biológico le funciona (la hipertrofia prostática), son las 6 de la mañana. Se despierta, los libros
estuvieron siempre en su lugar.

Sólo fue un sueño.
Dr. Raúl Héctor Campa García
Cd. Obregón, Son 11 de julio de 2020.
raulhcampag@hotmail.com . @DrRHCampa1

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